"Cuando Calderón creó el personaje del "libre albedrío" en su auto sacramental La vida es sueño, germen de su obra homónima, abrió una brecha con Shakespeare y el teatro isabelino, el anglicanismo y la fuerza del destino... Tragedia y libre albedrío no casan bien, de ahí el cisma. El "hombre libre" de la Contrarreforma es dueño de sus actos: puede matar, violar, auto eliminarse o no: es su responsabilidad; no existe el destino.
Pero cuando la Vieja Pagana dice en Yerma: "Dios no existe" reinstala en el teatro de nuestra lengua la tragedia, inventada hace veinticinco siglos por los griegos y así Yerma mata a su hijo en el cuerpo de su esposo, sin gobierno de su mano: "¡Está escrito, que mi boca se quede muda!".
Yerma es campo fértil para mil hipótesis, aunque "campo yermo" para discutir sobre la fertilidad biológica. García Lorca da un elegante salto y convierte al hijo en sujeto poético que nace del amor; como la lluvia que según caiga o no... da campos yermos o floridos. ¿Por qué no pensar, más bien, que Yerma y Juan caminan por paralelas que no se cruzan y que Víctor es sólo una ilusión ("maya": "lo que no es" del hinduismo)?
Además, Yerma es un friso escalofriante del sincretismo andaluz, donde conviven lo árabe, lo judío, lo católico...
Porque en la Romería del Rocío, el Dios de los cristianos es celebrado en medio de las fiestas de la primavera, de iniciación sexual y festejo desaforado, que llegan desde los fenicios hasta hoy con igual fuerza.
Y hurgando más en la antigüedad, un epitafio de la diosa Isis de los egipcios dice: "yo soy la madre y soy mi hijo, soy la mujer y el marido, soy la hermana de mi esposo y él es mi hijo rechazado, soy la escandalosa y la discreta"; mientras Yerma afirma: "¡Ah, si pudiese tenerlo yo sola!... a veces mis pasos suenan a pasos de hombre... me miro en los ojos de mi esposo, pero es para verme yo, como si yo misma fuese hija mía".
Daniel Suárez Marzal
(en su puesta de Yerma de Federico García Lorca, en el Teatro Cervantes)