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INFORME PARA UNA ACADEMIA, de Diego Starosta
Cuatro mini reflectores que conforman un escenario reducido recortando el escenario del Payró delimitan el cuadrado en el que nos espera un círculo de luz, que proviene de una lámpara que ésta en escena, bajo la cual, en su silla, nos mira entrar a la sala Diego Starosta.
La escenografía son los cuatro reflectores, la lámpara, la silla, una copa y una botella.
Esos elementos mínimos son puestos en juego con precisión por el actor, que, por ejemplo, enciende y apaga las luces generando distintos climas, nos grafica su lucha contra una botella para poder beber como lo hacen los humanos, nos muestra sobre su silla cómo era el espacio donde estuvo encerrado cuando era mono. Sí, mono, porque el delirante relato de Kafka trata de un hombre contando a un auditorio sobre su devenir hombre habiendo sido, naturalmente, mono.
Al delirante relato se lo aborda con el instrumento del actor puesto de lleno, en todo aspecto, en un juego perpetuo y muy limpio con su entorno y consigo mismo. A esto se le suman juegos con la luz: nos transporta a distintos lugares del relato, el barco que recuerda este hombre devenido mono, y el auditorio donde nos habla a nosotros, los “Excelentísimos Sres. Académicos”.
Son fundamentales en la puesta los juegos con el sonido: música, coreografías acompañadas por gestos clawnescos, y un trabajadísimo uso de la voz, marcan en conjunto un tempo de suspenso, un ritmo en el que el espectador entra a modo de cómplice preguntándose para sí por qué hay algo que nos llega tan conmovedoramente, qué nos está contando éste actor-personaje-director-adaptador… ¿Nos habla sobre un cuento de Kafka, sobre la teatralidad cotidiana, sobre el crecimiento, sobre el malestar de pertenecer a una cultura, sobre nosotros mismos?
Entre otras, hay una suerte de coreografía en la podríamos ver La Evolución, es decir, el pasaje ancestral de animal a ser humano en un par de vueltas de Starosta por el escenario. Hay una versión de Whisky Bar de The Doors sobre la que baila con destreza y comicidad, jugando con el estilo de Music Hall, que es de lo que el personaje –ahora que es humano- trabaja.
Este tipo de humor siempre está mechado hábilmente, a veces con una sutilísima crueldad, ya que el núcleo de la historia es tristísimo; Starosta dijo en una entrevista a Página 12: “Me interesaba, entre otros temas, el de la libertad: este personaje no elige transformarse en humano, sino que se ve forzado a hacerlo. Lo necesita para no morir”.
Y por último, pero no menos importante, cabe el comentar que éste “acto teatral” (así se lo nombra en el programa) es muy entretenido y nos mete en un mundo reflexivo sin necesidad de caer en un intelectualismo aburrido sino, justamente, todo lo contrario.
INFORME PARA UNA ACADEMIA, de Diego Starosta
Cuatro mini reflectores que conforman un escenario reducido recortando el escenario del Payró delimitan el cuadrado en el que nos espera un círculo de luz, que proviene de una lámpara que ésta en escena, bajo la cual, en su silla, nos mira entrar a la sala Diego Starosta.
La escenografía son los cuatro reflectores, la lámpara, la silla, una copa y una botella.
Esos elementos mínimos son puestos en juego con precisión por el actor, que, por ejemplo, enciende y apaga las luces generando distintos climas, nos grafica su lucha contra una botella para poder beber como lo hacen los humanos, nos muestra sobre su silla cómo era el espacio donde estuvo encerrado cuando era mono. Sí, mono, porque el delirante relato de Kafka trata de un hombre contando a un auditorio sobre su devenir hombre habiendo sido, naturalmente, mono.
Al delirante relato se lo aborda con el instrumento del actor puesto de lleno, en todo aspecto, en un juego perpetuo y muy limpio con su entorno y consigo mismo. A esto se le suman juegos con la luz: nos transporta a distintos lugares del relato, el barco que recuerda este hombre devenido mono, y el auditorio donde nos habla a nosotros, los “Excelentísimos Sres. Académicos”.
Son fundamentales en la puesta los juegos con el sonido: música, coreografías acompañadas por gestos clawnescos, y un trabajadísimo uso de la voz, marcan en conjunto un tempo de suspenso, un ritmo en el que el espectador entra a modo de cómplice preguntándose para sí por qué hay algo que nos llega tan conmovedoramente, qué nos está contando éste actor-personaje-director-adaptador… ¿Nos habla sobre un cuento de Kafka, sobre la teatralidad cotidiana, sobre el crecimiento, sobre el malestar de pertenecer a una cultura, sobre nosotros mismos?
Entre otras, hay una suerte de coreografía en la podríamos ver La Evolución, es decir, el pasaje ancestral de animal a ser humano en un par de vueltas de Starosta por el escenario. Hay una versión de Whisky Bar de The Doors sobre la que baila con destreza y comicidad, jugando con el estilo de Music Hall, que es de lo que el personaje –ahora que es humano- trabaja.
Este tipo de humor siempre está mechado hábilmente, a veces con una sutilísima crueldad, ya que el núcleo de la historia es tristísimo; Starosta dijo en una entrevista a Página 12: “Me interesaba, entre otros temas, el de la libertad: este personaje no elige transformarse en humano, sino que se ve forzado a hacerlo. Lo necesita para no morir”.
Y por último, pero no menos importante, cabe el comentar que éste “acto teatral” (así se lo nombra en el programa) es muy entretenido y nos mete en un mundo reflexivo sin necesidad de caer en un intelectualismo aburrido sino, justamente, todo lo contrario.